La Sayona se muestra como
una mujer delgada, muy elegante y alta; dicen que puede medir tres metros,
larga cabellera y largas uñas. Acostumbra a presentársele a los hombres
enamorados y que le son infieles a sus esposas. La gente en común la considera
como un símbolo castigador de la mala conducta de deslices amorosos.
Otras versiones cuentan que
la intención de ésta ánima en pena es atraer a los hombres con dirección al
cementerio, sin dejarse ver la cara... cuando le ven el rostro, se dan cuenta
que es una calavera.
HISTORIA
Había una vez un par de
ancianos que tenían solamente una hija, a la cual adoraban y se plegaban a sus
más exigentes caprichos. Era una joven muy hermosa y se llamaba Sarona. A
Sarona le gustaba ayudarle al cura en los quehaceres de la casa cural. Fue así como
en cierta ocasión, la joven limpió la sacristía, la iglesia y terminó demasiado
rápido, se puso a ver que podía hacer para matar el tiempo, pero no había nada
más que hacer. De pronto Sarona se quedó viendo los hábitos ornamentales del
cura que estaban colgados en un perchero, algo cruzó por su mente, una idea
maléfica. -Voy a hacerle una travesura a este cura, se dijo. Buscó presurosa
una tijera hasta que la encontró, cogió las prendas, se aplastó en el piso de
la sacristía y comenzó a cortar en pedacitos todas aquellas prendas sagradas.
La tarea la divertía a medida que miraba crecer el montón de retazos y más
retacitos que al fin terminó soltando una risotada. Más tarde llegó el cura
corriendo a celebrar la misa y cuando buscó sus prendas ornamentales, no podía
dar crédito a lo que estaba viendo. Allí en el suelo y hechas pedacitos yacían
sus ropas del santo oficio. El sacerdote montó en cólera y gritó
preguntando:¿Quién ha hecho esto? -Yo, respondió la joven con una sonrisa
retozándole en los labios. El sacerdote la interrogó de nuevo: -¿Y por qué ha
hecho usted eso? -Simplemente porque me dio la gana, respondió ella, con una
frescura intolerable que irritó demasiado al cura. El religioso hincó rodilla
en tierra y la maldijo una y otra vez: -¡Eres un engendro demoníaco, eres un
horror de mujer que asustas!, dijo el cura en sus últimas palabras contra la
autora de aquella ofensa que consideraba imperdonable.
La linda joven salió de allí
sintiendo que algo pesado se apoderaba de su cuerpo y de su alma y en efecto,
estaba sufriendo una transformación. Empezaron a crecerle los dientes, las uñas
de las manos y su lindo rostro se tornó apergaminado Los padres al verla
quedaron espantados. Ella se escondió en su alcoba y no dejaba entrar a nadie,
pero había algo impresionante que no podía calmar, un hambre desesperada por
comer carne cruda, se comía las gallinas, los marranos, los perros, después las
reses, los burros, los caballos, era insaciable noche y día. Así que por las
noches salía de cacería y comenzó a devorar a las personas. Las gentes del
pequeño caserío aterrorizadas se preguntaban, qué fiera sería aquella, porque
Sarona se convertía en fiera, atacaba como un tigre, como un león, como un oso
y en poco tiempo su pequeño vecindario desapareció, almorzándose al señor cura
de último, después de haberse comido a sus padres y a sus hermanos, solamente
faltaba uno que se encontraba ausente. Pero un día llegó el hermano y cuando
miró a lo que supuestamente era su hermana Sarona, lanzó un grito con la
palabra atragantada en la garganta que sonó algo así como: -¡Sayona...!.
-Si hermanito, respondió, te
esperaba porque me estoy muriendo de hambre. El joven preguntó por sus padres,
ella le respondió: -De ellos nada queda, solamente la calavera de mi papá que
hace días me estoy royendo para no morirme de hambre, pero llegaste tu
hermanito y tendré comida, primero me comeré tu caballo, luego tu serás mi
sobremesa. El joven quedó paralizado de terror viendo como aquella mujer
horrorosa se convertía en fiera. Lo agarró y lo metió en la alcoba que fuera de
sus padres, donde habían huesos humanos por todas partes y le ordenó: -Coge la
guitarra que está colgada en la pared, toca todo el tiempo mientras me como tu
caballo, no pares de tocar para oírte y saber que estás ahí. Le puso un candado
a la puerta y se dispuso a devorarse el noble bruto.
-¡Dios mío!, clamaba el
joven, ¡ayúdame! Ella le gritaba, -¡Sigue tocando la guitarra hermanito, no
pares de tocar! En esto salió un ratoncito por un hueco de la pared de la
alcoba y le dijo al joven: -¡Corre buen hombre!, escapa rápido porque te comerá
apenas acabe con el caballo. -¿Pero cómo puedo escapar, ratoncito querido? Dijo
el joven, si dejo de la guitarra, ella entrará enseguida y acabará conmigo. -Yo
tocaré la guitarra por ti, se ofreció el ratoncito. Por donde me viste salir,
empuja con fuerza la pared y se abrirá un hueco por el cual puedes salir, eso
sí, corre con todas tus fuerzas, escapa y corre sin parar.
Un momento después, el joven
hermano de la Sayona iba corriendo por el campo, ella gritaba que tocara más
fuerte que casi no lo oía, y era que el ratoncito se paseaba de punta a punta
por el encordado de la guitarra arrancando con sus patitas una extraña melodía
con un solo sonsonete, churrinnn, churrínnn... La Sayona se apresuraba y el
ratoncito tocaba sin parar. Churrínnn, churrinnn, churrínn. Hasta que la Sayona
no se aguantó y vino a la alcoba. Cuando abrió la puerta y miró al ratoncito
corriendo sobre las cuerdas de la guitarra, ahí finalizó el primer concertista
ratoniano que haya tenido historia en los llanos. Pero a la Sayona no se le iba
ninguna presa, así corriera y se escondiera. Ella era un felino de larga
carrera, de movimientos elásticos y persistentes. Entonces corrió siguiendo el
rastro del fugitivo, hasta que lo encontró trepado en un árbol delgado pero muy
encumbrado. Una vez localizada su presa, se tendió a descansar la llenura del
banquete del caballo, aunque su apetito jamás se saciaba. -¡Baja de ahí
hermanito!, le ordenó. ¡No, se negó el joven! -Baja, baja, porque si no bajas,
yo te bajaré. -No bajaré fiera maldita, le dijo.
-Bueno, llegó tu hora. Y la
Sayona usó sus largas uñas y sus largos y agudos dientes sobre el tronco del
árbol hasta derribarlo y acabar con el único ser viviente de aquel pequeño
vecindario. Cuentan que Sarona, después de haber devorado al último miembro de
su familia, se echó a morir y murió lanzando alaridos de hambre. Tiempos
después de su muerte, su esqueleto se irguió y salió a espantar a todos los
borrachos que se quedan tomando hasta después de la media noche. Y dicen que al
mirarla por la espalda, su belleza es cautivadora, es una beldad que hechiza a
los hombres, es la belleza de la joven Sarona, a quien su hermano atragantado
de horror la nombré Sayona.
FUENTES: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/modosycostumbres/cuatrocab/sayona.htm
http://www.musica-llanera.com/poemas-cuentos.php